• SIESTAS

    Fashion and Arts Magazine

    Prisma Publicaciones/Prensa Ibérica

    Febrero 2019

    Con seis minutos es más que suficiente. Un break para que el cerebro desconecte y se inunde de serotonina. ¿Habrá todavía quien la practique de “pijama, Padrenuestro y orinal” como sentenció Camilo José Cela? Para disfrutar de los benditos beneficios que la medicina proclama, no haría falta. Esta costumbre tan española solo requiere del tiempo necesario para que el lápiz que uno sostiene se escurra entre los dedos.

    Salvador Dalí preferiría una cucharilla. Después de comer, se sentaba erguido, expresamente incómodo, para esperar que la somnolencia lo indujera al duermevela. Cuando la cucharilla impactaba con el suelo, el estallido lo despertaba. Y así, el genio ampurdanés, corría regocijado a anotar las imágenes surrealistas –nunca mejor dicho– que habían inundado su mente y aún estaba a tiempo de recordar. A Dalí el duermevela le extasiaba, lo dijo y lo dejó escrito, decía que era un momento absolutamente mágico, de lo más creativo.
    Llevo años irrumpiendo en estudios, salones, pisos, talleres, a la búsqueda de siestas. Siestas de personas que me gustan, que me atraen, que me interesan, de las que quiero absorber un pellizco de su mundo. Quizá haya llegado a ello como consecuencia de mi pavor al retrato convencional, una huida a ese temido momento en que el retratado te pregunta: “¿Qué hago?” y tú te tensionas más que él.
    Bendigo esta costumbre sureña por haberme brindado la solución a ese problema. Gracias a mis siestas –me vale cualquier modalidad, larga, corta, pijama, batín, traje– el protagonista de mi foto se relaja en la posición que él escoge –yo prefiero que sea bien cómoda– en un lugar familiar, cotidiano, confortable, y se olvida de mí. Queda rodeado de objetos que ama o ha olvidado, objetos que cobran vida casi como los juguetes de Toy Story, así lo percibo yo al revelarlos digitalmente, cuando los miro y remiro y siento que cobran voz y hablan de mi personaje, del tiempo que llevan allí, reclamando un rol más que secundario.
    Encuentro maravillas en la siesta. Sensualidad y abandono. Que sea diurna y pueda inmortalizarla con luz natural de tarde, algo que aprecio sobremanera como fotógrafa. Pero hasta su terminología me encanta, siesta es una palabra tan universal como amigo o fiesta –¡solo una letra la diferencia de esta última!–¬. Substantivo de origen romano, así se denomina por ser la sexta hora de luz solar y que corresponde al mediodía, cuando el estómago está lleno y nos incita al relajo.
    Curioso que apenas utilizamos su verbo, sestear. Quizá sea porque nos avergüence reconocer que sesteamos entresemana, quizá todavía no hayamos acabado del todo con el topicazo de que dormir tras comer es un vicio del sur, de perezosos que se niegan a seguir el modelo norteño de comidas ligeras y horarios intensivos. ¿Pero a estas aturas quien pone en duda que nuestro life style es mucho más sano y recomendable?
    No faltan datos científicos que avalen la siesta como remedio de enfermedades asociadas a los tiempos modernos y frenéticos que nos ha tocado vivir. Previene cardiopatías, estimula el sistema inmunológico, reduce la tensión arterial, adelgaza, repara músculos y otras virtudes físicas. Pero también proporciona muchos beneficios intelectuales. Dalí lo sabía. Aumenta la creatividad, facilita la concentración y el aprendizaje, estimula la conexión entre neuronas. Probablemente gracias a ella muchas mentes privilegiadas sean aún más privilegiadas. Ese apagón es un relámpago de energía que revitaliza el cerebro.
    Sesteemos más, por favor. Sin sentimiento de culpa. Al calor de la digestión. Como el animal inteligente que se supone que somos.